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ALDORI no ha sido nunca una casa arquitectónicamente extraordinaria, pero esto se ha compensado sobradamente con todas aquellas personas que la han ocupado, quienes han ido dejando huella; huella en la casa y huella en nuestra historia más reciente.
Lejos de destacar en su entorno, incluso tras su completa rehabilitación, nos permite proyectarnos en un paisaje que se ha convertido en infinito, donde la casa y su jardín se prolongan hasta el bosque y las montañas; un punto de inflexión y reflexión entre Sollube, Oiz, Bizkargi y San Miguel de Ereñozar.